La mirada y la interpretación de Oscar Andrés De Masi, arqueógrafo

martes, 19 de enero de 2016

Tumbas de Virreyes del Río de la Plata**



1.Don Pedro de Cevallos

**¿Dónde yacen los restos de aquellos pomposos virreyes que tuvieron su sede en Buenos Aires entre 1776 y 1810? Una pregunta interesante, que desafía la imaginación... ¿Quedaron aquí sepultados? Algunos si...otros no...

Iniciamos con esta entrega una serie relativa a los sitios de enterramiento o de tumulación de los virreyes rioplatenses. ¡Te vas a sorprender!


Tras una prolongada agonía, el 26 de diciembre de 1778, falleció don Pedro de Cevallos (o Zevallos) en el convento de los franciscanos capuchinos, cercano a Córdoba, en España. Su funeral revistió la pompa reservada a los obispos: principió en el convento y luego el féretro fue escoltado por tropas de infantería y dragones (con armas "a la funerala"), a tambor batiente pero con sordina, y concurso nutrido de nobles y de pueblo, precedidos por el Obispo. El cortejo recorrió un largo trecho hasta la catedral.

El cuerpo de don Pedro vestía como mortaja el sayal capuchino y, por encima, el hábito e insignia de la Orden de Santiago. La campana mayor del templo doblaba "a muerto", según el ritual.

Se lo bajó a la huesa de su sepulcro en el interior de la catedral cordobesa.

La losa sepulcral ostenta el blasón que le pertenece y la leyenda: "Aquí yace don Pedro de Zeballos...", etc.

Comenta Hialmar Edmundo Gammalson que, a diferencia de otros sepulcros que fueron profanados y vaciados de restos, esta tumba permanecía intacta (al menos hasta la década de 1970) y su epigrafía era legible, por hallarse fuera del tránsito más intenso de los turistas.

La circunstancia de conservarse allí los restos -reflexiona Gammalson- podría despejar, por vía de una autopsia, la duda acerca de su eventual envenenamiento con arsénico, como se dijo en su época.

(Vide H.E.Gammalson, El Virrey Cevallos. Bs.As.,Plus Ultra, 1976, pp.206-207 y nota 3 de la p.214).




La sepultura de Orfeo, según el paradoxógrafo griego Antígono


La paradoxografía , o relato de hechos curiosos y fenómenos maravillosos, tomó la forma de un género literario autónomo al comienzo del período helenístico, con las conquistas de Alejandro Magno y el ingreso, en el imaginario griego (tan dado a las novedades), de territorios remotos, exóticos y hasta entonces conocidos por pocos viajeros. (F.Javier Gómez Espelosín). Estos relatos son bastante difíciles de aceptar como episodios reales, pero indudablemente son graciosos y desafían la imaginación del lector.

Suele considerarse a Antígono de Caristo el primer paradoxógrafo que, además, era escultor. Pero, existen otros "Antígonos" que también podrían reclamar la autoría de las 173 anécdotas del denominado Historión paradóxon synagogé. No entraremos aquí en esta discusión académica.

La anécdota número 5 se refiere a la sepultura de los restos fragmentados del poeta y cantor Orfeo y dice así:

Mírsilo, el que compuso la Historia de Lesbos, afirma que en Antisa, en el sitio en el que los habitantes del lugar, según cuenta la leyenda, enseñan la tumba de la cabeza de Orfeo, los ruiseñores trinan de forma más armoniosa que los demás"
(Versión castellana de F.Javier Gómez Espelosín, Paradoxógrafos griegos, rarezas y maravillas. Gredos, Madrid,1996,p.68)

Vale decir que los propios pájaros del lugar se volvían más excelentes ante la proximidad del sepulcro eximio; como si una potencia vibratoria post mortem emanara de aquella tumba.

El traductor añade, en nota al pie, que los lesbios pretendían poseer las partes más importantes del cuerpo de Orfeo y su lira, habiendo erigido un santuario en la isla. La cabeza y la lira, flotando en el río Hebro, habrían llegado hasta Lesbos, mientras ¡la testa seguía cantando! Ésta fue enterrada por los lesbios (presumiblemente cuando dejó de cantar...), según el poeta alejandrino Fanocles.

Quienes quieran profundizar este episodio pueden consultar también W.C.KGuthrie, Orfeo y la religión griega, en una muy citada versión castellana publicada en Buenos Aires en 1970.




miércoles, 13 de enero de 2016

Sepulcro del padre Diego Palma en la Catedral de San Isidro








En el sector izquierdo del vestíbulo de acceso al templo, se ubica la urna con los restos del P. Diego Palma, párroco de ilustre memoria. Falleció el 27 de febrero de 1891. En medio de un profundo duelo popular, su cuerpo fue expuesto y contemplado virtualmente como si se tratara de un santo. Al concluirse el nuevo templo, fue depositado en un nicho (cubierto con un mármol negro) a la izquierda del altar del Santo Cristo. Pero el emplazamiento hubo de precisarse años más tarde.
En el curso de trabajos ejecutados en el templo en el año 2003, fue hallada la ubicación exacta de su sepulcro, muy próximo a la lápida negra que se tenía por su losa funeraria. Una pequeña placa metálica con su nombre acompañaba la urna. Sin menoscabo de la intención conmemorativa, quizás la exhibición de la urna de madera, tras de un vidrio, responda a una estética funeraria ya superada, y el nicho donde se sitúa reclame, en estos tiempos, una lápida de mármol con su correspondiente leyenda epigráfica, que no ha de omitir las circunstancias del hallazgo de los restos.